jueves, 22 de febrero de 2024

Vitrum, el vidrio en la antigua Roma (I)


“Nadie como mi luz traspasa ella sola la sombra
y, de naturaleza vil, dejo detrás a piedras maravillosas. Soporto fuego al nacer; nacida del fuego con él me ablando. Ninguna podredumbre me afecta ni la muerte me turba: al morir me salvo y resucito en mi antigua forma y a todos gustoso propino amorosos besos.” (nº 6 Códice Bernense 481 Adivinanzas de Tulio)

El uso del vidrio se popularizó en la sociedad romana desde sus orígenes, aunque en un primer momento tenía la condición de material para la manufactura de objetos de lujo y exóticos, como lo había sido durante la época helenística. La fabricación de vidrio en el mundo antiguo se convirtió en un arte y los maestros vidrieros lograron notables efectos visuales en el empleo de diseños, pintura, dorados y otras decoraciones. Si bien algunos elementos decorativos eran puramente estéticos, otros presentaban elementos personales que podían indicar las creencias religiosas del destinatario, la conmemoración de un peregrinaje, o el relato de un episodio mitológico favorito.


El vidrio se define como una sustancia rígida no cristalina de aspecto translúcido y por lo general transparente, que surge como resultado de la fusión a altas temperaturas de la mezcla de varios elementos clasificados como vitrificables, fundentes y estabilizantes.

“Al vidrio se le denomina así porque por su diafanidad es transparente a la vista. En los recipientes de metal, todo lo que se coloca en su interior está escondido; en cambio, un líquido o un objeto cualquiera, colocado en el interior de los de vidrio, se muestra como si al exterior se encontrara, y aunque en cierto modo está guardado, no obstante, está a la vista.” (San Isidoro, Etimologías, XVI, 16)

Izda. Villa Poppea, Stabia. Centro, tumba de Clodius Hermes, Catacumbas de San Sebastián, Roma. Drcha. Casa de Julia Félix, Pompeya

La sílice, consistente en arena con impurezas naturales, representaba la principal sustancia formadora y constituía aproximadamente las tres cuartas partes de la mezcla. La pureza era muy valorada y destacaban en la Antigüedad las arenas vitrificables halladas en la desembocadura del río Belus (Israel), en determinados puntos de la costa siria, y en lugares próximos a Alejandría.

“Entre Acre y Tiro se extiende una playa arenosa que produce la arena que se usa para fabricar vidrio. Pero dicen que allí no se la derrite, sino que se la transporta a Sidón para proceder allí a su fundición. Hay quien dice que los sidonios, entre otros, también tienen arena que puede fundirse, pero otros sostienen que cualquier arena, de cualquier sitio, puede usarse. Yo mismo oí en Alejandría, de los trabajadores del vidrio, que se encontraba en Egipto un tipo de tierra vítrea sin la cual no es posible llevar a cabo ciertos diseños muy coloridos y sofisticados, igual que también en otros lugares es preciso servirse de otras mezclas.” (Estrabón, Geografía, XVI, 25)

Trabajo con vidrio. Cripta Balbi. Ilustración Inklink

La sosa o natrón (carbonato sódico), tipo de sal que se encuentra en la naturaleza, era el principal elemento fundente que ayudaba a obtener un punto de fusión bajo, ayudando a fundir la sílice. Suponía entre el 15 y el 20 % del total de la mezcla.

"Se dice que unos mercaderes de natrón, habiendo anclado la nave, preparaban la comida dispersos por el litoral; al no encontrar ninguna piedra para sostener elevadas las marmitas, utilizaron terrones de natrón de su carga. Éstos se encendieron con la arena extendida por el litoral, y los mercaderes observaron cómo fluían riachuelos transparentes de un líquido desconocido: éste fue el origen del vidrio." (Plinio el Viejo, Historia Natural, XXXVI, 191).

Además de su uso como estabilizador para la sílice, la cal (óxido de calcio) también se utiliza como fundente para modificar la viscosidad y la desvitrificación, así como para aumentar la durabilidad del producto final y la resistencia al desgaste químico. En los períodos más antiguos la función de la cal la realizaban las conchas marinas pulverizadas que se hallaban mezcladas con la arena. Este elemento formaba entre el 5 y 10 % de la mezcla.

El agua actuaba como elemento acelerador de las reacciones, debido a la aglomeración de los granos de la mezcla y como disolvente de los componentes más solubles.

Restos de vidrio para reciclar del taller de Beth Shean.  Museo de Israel, Jerusalem.
Foto Ian Freestone

Los fabricantes de vidrio fundían el vidrio y una vez frio lo rompían en trozos y lo enviaban a los artesanos del vidrio, quienes lo convertían en el objeto deseado. Los fabricantes de las provincias compraban el calcín, vidrio reutilizado, porque les ahorraba tener que comprar ingredientes nuevos y caros de lugares lejanos. Además, eran conocedores de que el calcín molido muy fino, al mezclarse en una partida de valiosa materia prima, actuaba como acelerador de las reacciones de formación del vidrio y contribuía a mejorar su homogeneidad y consistencia.

“Dado que, la industria es ingeniosa y sabia, no se contenta con mezclar nitro con arena y nos imaginamos que incorporó la piedra imán, en el pensamiento de que atrae el vidrio fundido, tal como el hierro. De la misma manera se empezó a introducir el elenco, de brillantes piedras y conchas y arenas fósiles. Los autores dicen que el vidrio de la India es de vidrios rotos, y por eso con nadie puede ser comparado el indico. Para cocerlo se usa madera ligera y seca, y añadiendo cobre de
Chipre y nitro, y entre todos los nitros, los egipcios.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 192)

Ilustración de John Swogger.
Corning museum of Glass, Nueva York

Los agentes oxidantes estaban destinados a amortiguar el color producido por las impurezas y reducir su efecto por la oxidación de éstas, y a la conservación de las oxidadas. Los agentes colorantes eran óxidos metálicos utilizados según el color que se quería obtener, que dependía de las materias utilizadas, del tiempo de cocción, de la temperatura de fusión y de la reducción u oxidación de la atmósfera del horno. En muchas ocasiones el color se veía determinado por la presencia de impurezas en las materias primas utilizadas, o por la disolución de sustancias pertenecientes a los recipientes utilizados.


El vidrio transparente o sin color se obtenía del antimonio, el blanco del óxido de estaño o calcio, el color miel y el verde del óxido férrico, el naranja del óxido de plata, para el color rojo se utilizaba selenio, óxido de cobre y a veces fragmentos de oro. El azul claro requería óxido de cobre y el azul oscuro pequeñas cantidades de cobalto; los colores púrpura y amatista se obtenían del óxido de manganeso, y el negro del cobre y manganeso. Para los tonos ámbar y marrones se añadían pequeñas cantidades de hierro y azufre.

“Hay también una clase especial de agua que no es muy transparente y mantiene en suspensión, en su superficie, algo parecido a la espuma, que, por su color, nos recuerda al vidrio purpúreo.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 3, 6)


En época de Augusto y los Julio-Claudios los colores del vidrio eran habitualmente brillantes, siendo los verdes y azules los más populares. El vidrio opaco, especialmente el blanco, se usaba con frecuencia para recipientes y ungüentarios pequeños.


La tendencia de colores cambió durante la época neroniana, y el color natural del vidrio, sin los aditivos que se añadían para conseguir colores brillantes, se convirtió en el predominante. En el inicio de la dinastía de los Flavios, casi todos los recipientes se fabricaban con vidrio coloreado “de forma natural”. En esa categoría entraban los tonos amarillentos, verdosos y azules claro.

“No hay material de una naturaleza más flexible que este, o más adecuado para ser coloreado. Sin embargo, al que se da más valor es al incoloro y transparente, el más parecido al cristal de roca.” (Plinio, XXXVI, 198)


Como el gusto por el vidrio incoloro crecía, los vidrieros experimentaban añadiendo diferentes elementos a sus mezclas. Los productores de las provincias orientales añadieron manganeso, que reacciona con las impurezas de hierro en la arena, pero el vidrio así tratado todavía retenía algo de color. Se intentó con antimonio con mejor resultado, pero también más caro. En el edicto de Diocleciano, a principios del siglo IV d.C. se señala este vidrio incoloro como “alejandrino” y con un valor de casi el doble que el tratado con manganeso.

“Estás viendo una genialidad del Nilo: deseando añadirles a éstas más adornos, ¡ay, cuántas veces desbarató el autor su obra!” (Marcial, Epigramas, XIV, Calices vitrei, CXV)

Detalle de fresco. Casa de los Ciervos Herculano,
Museo Arqueológico Nápoles

La fabricación del vidrio se realizaba en dos fases de cocción. En la primera se calcinaban los elementos imprescindibles, la sílice y los fundentes, a unos 800º obteniendo una materia cristalina que se llama frita, usada a veces como un producto acabado, sin ser propiamente vidrio. En la segunda fase, la fusión, se sometía la frita (pulverizada) a una segunda cocción a mucha más temperatura, por encima de los 1000º C. Con esta temperatura tan alta se lograba una masa pastosa, casi líquida y se eliminaban las impurezas que había en superficie. Además, en esta nueva cocción se añadían los óxidos metálicos para colorear el vidrio. Si la temperatura no era suficientemente elevada, se formaban en su interior burbujas de gas.

“Se derrite como el cobre, en hornos que de continuo arden, y que oscurece su masa. El vidrio fundido es tan blando, que incluso corta antes de que se sienta llegar al hueso cualquier parte del órgano que toca. Estas masas se ponen de nuevo en los hornos, donde se le da el color y, a continuación, a veces se soplan, a veces se hacen a torno, a veces se labra como la plata. Sidón fue una vez famosa por su cristal y se inventaron incluso los espejos de vidrio. Esto fue la antigua forma de fabricación de este producto.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 192)

Taller de vidrio, Hambacher Forest, Alemania. Ilustración David Hill

Las técnicas usadas en la Antigüedad para la fabricación del vidrio han sido muchas, como la del uso de molde, conocida ya en Edad del Bronce. Era un procedimiento sencillo en el que se ponía el vidrio triturado sobre un molde del objeto que se quería obtener, después de su cocción se separaba del molde y se pulía su superficie. El uso del molde también se empleó posteriormente en procedimientos más elaborados, como el conocido como el “modelado sobre molde”: se hacía un disco de vidrio que se colocaba sobre la parte externa de un cuenco y por la acción del calor adquiría la forma semiesférica de ese molde. Después sólo se pulía la parte interior de la pieza.

Molde para vidrio

La técnica del modelado consistía en dar la forma deseada a la masa de vidrio caliente aprovechando su estado pastoso. Había diversas variantes como el modelado sobre una varilla. Con una varilla se sujetaba un trozo de vidrio viscoso que se sacaba del horno y con otra se estiraba y modelaba dicha pasta antes de que se pudiera enfriar.

“El artesano cortó el cristal
y lo llevó,
colocó una porción en el fuego,
sólida como el hierro.
Y el cristal como cera
se derramaba
consumiéndose en la voraz llama.
Era maravilla de ver para los mortales
el surco que fluye desde el fuego
hacia el artesano que teme
que caiga y se despedace.
Luego manipuló una porción
en la punta de las tenazas de doble hoja...”
(Mesomedes de Creta)

Ilustración de John Swogger, Corning Museum of Glass, Nueva York

El modelado sobre un núcleo fue el procedimiento más usado hasta la invención de la técnica del soplado. Primero se realizaba un núcleo hecho de arena, arcilla u alguna materia orgánica cuya forma se modelaba según la parte interior del espacio del objeto deseado, que fuera fácil de retirar y se sujetaba firmemente a una varilla. Después, se aplicaba vidrio fundido sobre el núcleo, bien por inmersión, o bien cubriéndolo con hebras de vidrio mientras se rotaba. Entonces se rodaba por encima de una placa de mármol para aplanar las tiras enrolladas o se hacía girar el núcleo sobre polvo de vidrio frio para que se adhiriese a su superficie. A continuación, se introducía en el horno para fundir el polvo de vidrio y cuando se sacaba se volvía a cubrir de polvo de vidrio. Finalmente, se aplicaba la decoración en forma de hilos calientes de vidrio de diferentes colores, se le añadían la base, las asas, y, una vez enfriado, se retiraban el núcleo y la varilla.


La técnica de núcleo de arena tuvo su origen probablemente en Mesopotamia, hacia el siglo XVI a.C., y se empleaba para la fabricación de recipientes para ungüentos y perfumes. Los egipcios desarrollaron la técnica de producir objetos de vidrio envolviendo hilos de pasta vítrea caliente alrededor de un núcleo que permitía realizar diferentes modelos en variados colores y decoraciones en zig zag, espirales, etc.

Izda. aríbalos eóca egipcia. Drcha, aríbalos época helenística

La técnica del vidrio soplado que parecer haberse originado en Siria en el siglo I a.C. consistía en coger por un extremo, con la ayuda de una varilla hueca de metal, una porción de vidrio fundido y por el lado opuesto se soplaba para formar una burbuja. A continuación, se giraba la varilla sobre mármol para alisar el vidrio y se daba la forma y tamaño deseados con distintas herramientas. Finalmente, se separaba el vidrio de la varilla con unas pinzas y se trabajaba la parte superior de la pieza (la que estaba antes pegada a la vara de soplar). Cuando se acababa la pieza, se metía en el horno a baja temperatura para que se enfriase lentamente durante más de un día, lo que garantizaba la durabilidad de la pieza.

“Y el vidrio, en cuanto probó el calor del fuego, fue suavizado por los golpes de Hefaistos… El vidrió recibió la fuerza de su aliento y se infló sobre si mismo como una esfera antes de…” (Papiro Oxirrinco, 3536)

Soplador de vidrio. Ilustración Museo de Calahorra, La Rioja

El soplado a molde consistía en soplar la masa de vidrio fundido en un molde reutilizable de bisagras, con lo que el vidrio pastoso adoptaba la forma y decoración de ese molde. Después se procedía a abrir el molde para sacar la pieza y se completaba la boca y se añadían los pies y las asas. Finalmente, se pulía. Esta técnica permitía elaborar objetos en serie, lisos o con decoración en relieve.

“Desearía mostrar a Posidonio un vidriero que con su soplo modela el cristal en tan múltiples formas que apenas una mano experta las puede reproducir.” (Séneca, Epístolas, 90, 31)


La invención del vidrio soplado hizo la producción de recipientes de vidrio más eficiente y barata, lo que contribuyó a la rápida expansión de la industria vidriera durante el siglo I d.C. Su pronta difusión desde Oriente y su popularización en todo el Imperio se vieron favorecidas por el periodo de paz y prosperidad instaurado por Augusto, que creó un entorno favorable para el comercio al unificar muchos rerritorios del Mediterráneo bajo el gobierno de Roma, dando lugar a un importante crecimiento económico y a disparar la demanda en los mercados occidentales de artículos manufacturados, como el vidrio. Los talleres de fabricación de vidrio de la parte oriental del Imperio aprovecharon tal circunstancia para exportar sus productos a Italia y las provincias occidentales, mientras que se establecieron nuevos negocios en estos últimos, algunos integrados por vidrieros que se habían preparado profesionalmente en las provincias de Oriente.

Ilustración de John Swogger, Corning Museum of Glass, Nueva York

La demanda de los comerciantes por obtener recipientes en los que poder transportar mercancias perecederas, como el aceite y el vino crecía constantemente. Las botellas de cuerpo cuadrado sopladas en molde, que podían almacenarse fácilmente, se convirtieron en una opción popular para transportar los productos por todo el Imperio. Las ventajas que ofrecían las botellas de vidrio eran la posibilidad de ver con facilidad el contenido y el que este no viera alterado su olor y sabor. El uso del mismo molde en la producción de un determinado grupo de envases de vidrio posibilitaba al comerciante contabilizar la cantidad de productos en su posesión. Con la producción de soplado a molde se podía incorporar diseños que servirían como marcas que identificarían a los talleres que elaboraban los recipientes de vidrio o a los vendedores que comerciaban con ellos.

“Tras partir de Metone, llegaron al puerto de Zacinto, donde introdujeron la cantidad de agua suficiente que debía durarles mientras estuvieran cruzando el mar Adriático y, una vez completados el resto de los preparativos, siguieron navegando. Mas como soplaba sobre ellos un viento extremadamente flojo y lánguido, sólo al decimosexto día consiguieron desembarcar en un lugar desierto de Sicilia, cercano a donde se alza el monte Etna. Y al haberse demorado ellos como se ha dicho, en el transcurso de esta travesía, sucedió que se les echó a perder el agua, excepto la que el propio Belisario y sus compañeros de mesa tenían todavía para beber. Ésta fue la única que se salvó, gracias a la esposa de Belisario, y he aquí cómo lo consiguió. Tras llenar de agua unas ánforas de cristal y construir una pequeña habitación con tablas de madera en la bodega de la nave donde era imposible que penetrara el sol, enterró allí en arena las ánforas y de esta forma el agua permaneció intacta. Tal fue, en definitiva, el desarrollo de estos acontecimientos.” (Procopio, Historia de las guerras, III, 13, 21)


Los vinos más cotizados se comercializarían en recipientes bellamente trabajados que presentarían diferentes formas con elegantes diseños y atractivos colores con los los anfitriones de banquetes intentarían provocar la admiración de sus invitados.

“En seguida trajeron unas ánforas de vidrio cuidadosamente lacradas, del cuello de cada una de las cuales colgaba una etiqueta con esta inscripción: Falermo, opimiano de cien años.” (Petronio, Satiricón, 34 amphorae vitrae)



Los romanos supieron apreciar las cualidades del vidrio para beber el vino ya que mantiene inalterados su sabor y su olor. A ello hay que añadir su ligereza, sus cualidades estéticas y, principalmente, esa transparencia que permite apreciar la calidad de los vinos:

"Nosotros bebemos en vidrio, tú Póntico en murrina. ¿Por qué? Para que la copa no permita ver la distinta calidad del vino." (Marcial, Epigramas, VIII, 33)


Los maestros vidrieros hacían con frecuencia vasijas específicamente para los productos que se vendían en ellas, e incluso las sellaban con calor una vez que dichos productos dse habían introducido. Un ejemplo son los recipientes cosméticos en forma de pájaro que se llenaban por el extremo hueco de la cola, que se sellaba y debía romperse para acceder a su contenido tras la venta.


El uso de la cabeza humana como modelo para objetos domésticos se remonta a la época arcaica, cuando las vasijas con forma de cabeza se fabricaban en terracota y bronce, que servirían como prototipos para los recipientes de vidrio que se popularizaron en Roma entre los siglos I y IV d.C.


Las modas oscilaron entre los que mostraban una sola cabeza o dos y los motivos representados podían incluir divinidades, personajes mitológicos o personas anónimas, algunas presentando característicos rasgos étnicos. Algunos pueden identificarse como la representación de Medusa, al reconocerse las serpientes atadas bajo su barbilla. La creencia de que ahuyentaba el mal de ojo convertía su figura en un elemento recurrente entre los objetos de uso cotidiano.

“Le causaban gran placer los distintos tipos de vidrios y los trabajos realizados en ellos.” (Historia Augusta, Tácito, 11, 3)


La técnica del soplado a molde permitió a los vidrieros crear vasijas que se asemejaban a diversos tipos de objetos. Hacia principios del siglo I d.C., los artesanos del vidrio de la costa sirio-palestina se inspiraron en los alimentos para hacer algunas de sus creaciones. Los ejemplos más tempranos son pequeños contenedores para perfumes en forma de dátil, un fruto ampliamente cultivado en el Mediterráneo por su empleo como alimento, endulzante para comidas y bebidas, como perfume y medicina. En los siglos siguientes surgieron otros recipientes con formas de frutas, especialmente en forma de racimo de uvas, con una representación muy natural, imitando de manera muy perfeccionista la forma mas o menos triangular del racimo y cada uva individualmente, intentando obtener los colores propios de las uvas, verdes o púrpuras, con distintos tonos, pero sin dejar de lado otros colores.


Los recipientes de vidrio, especialmente los dedicados a contener perfumes y productos cosméticos, podían presentar diseños muy variados y gracias a la adaptabilidad y flexibilidad del vidrio estos podían responder a objetos de cualquier tipo, incluidos los artefactos más usados en la vida cotidiana.

“Las piezas cambian por el damero de un modo muy hábil y se dan varios combates con los soldaditos de vidrio; los blancos, para atrapar a los negros, y los negros, para apoderarse de los blancos.” (Laus Pisonis)


En el siglo I d.C. se popularizó un tipo de vaso alto de vidrio destinado a la bebida, que se decoraba en relieve con temática mitólógica, especialmente figuras de dioses. Un modelo, en particular, presentaba cuatro dioses que aparecían encuadrados entre columnas. Su fabricación en soplado a molde permitió su fabricación en masa.

“El día en cuestión celebraban una fiesta en honor del dios citado. Mi padre, con el mayor interés, había hecho con más esplendor los demás preparativos para la cena e hizo servir una suntuosa jarra para el vino consagrado al dios, que seguía en valor a la de Glauco de Quíos. La pieza entera era de cristal de roca. A su alrededor formaban guirnaldas unas vides plantadas en la propia vasija y por todas partes pendían racimos, que, mientras la jarra estaba vacía, estaban en agraz, pero que, al verter vino, poco a poco se iban oscureciendo y se convertían de agraces en maduros. Y cerca de los racimos estaba tallado Dioniso, para que cultivase la viña por mediación del vino.” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, II, 3)


Otro tipo de vasijas, de forma cilíndrica, que presentaban una decoración que recordaba a los trofeos entregados a los ganadores de las carreras en el circo, palmas y coronas, debieron ser realizadas con motivo de entregarlas como premios a los triunfadores, ya que suelen incluir una inscripción relativa a la victoria.

“A este punto el emperador ecuánime manda que a las
palmas de vencedor se añadan bandas de seda; a los collares de oro, coronas y que se recompense el mérito, ordenando que se adjudiquen a los vencidos, que ya han sido suficientemente avergonzados, alfombras de hilos multicolores.”
(Sidonio Apolinar, Poema 23)


La pasión por los juegos circenses, carreras de carros, y gladiatorios provocó una “fiebre” por los objetos decorados con dicha temática y unos cuantos vasos de vidrio llevan esculpidos luchas de gladiadores o carreras de carros, con inscripciones que incluían los nombres de los gladiadores, aurigas y caballos vencedores. Estos vasos bien pudieron ser adquiridos como recuerdos de la asistencia a dichos eventos o encargados ex-profeso por sus propietarios.


Durante el imperio romano era esencial hacer conocer las ciudades, monumentos y obras de arte a todos los ciudadanos. Para los que no podían viajar a otros lugares, casi toda la población, las reproducciones eran un medio fundamental para visualizar su imagen física y su relevancia cultural.

Algunas de las más famosas estatuas del mundo griego, como la Atenea Partenos de Fidias, la Afrodita de Cnido de Praxíteles y la Tyche de Antioquía de Eutychides fueron introducidas en la industria del souvenir, ya que los artesanos se dedicaron a reproducirlas en lámparas, placas, estatuillas o unguentarios.

“Este Eutíquides es el que hizo también una imagen de Tique para los sirios de las orillas del Orontes, que es muy venerada por los nativos.” (Pausanias, Descripción de Grecia, VI, 2, 7)

Estatuillas de Tiché de época romana. Izda Museo Metropolitan, centro Museo Getty,
drcha Yale University Art Gallery

Eutychides, alumno de Lisipo, esculpió la estatua a tamaño real en bronce de la dios Tyche o Fortuna con una corona mural, sentada sobre una roca y con la personificación del rio Orontes surgiendo a sus pies, con motivo de la fundación de Antioquía en el año 300 a.C.

Durante el convulso periodo helenístico, tanto a nivel político como a nivel social, la veneración por Tiché ganó importancia de forma personal y pública porque representaba estabilidad y prosperidad, lo que llevó a una amplia difusión de imágenes suyas que se extendió durante toda la época romana. A pesar de que la Tiché de Antioquía  era específicamente de dicha ciudad, se convirtió en una imagen arquetípica, sobre todo en pequeñas estatuillas que muchos guardaban como amuletos mágicos, protectores y proveedores de la buena suerte.

La mayoría de los habitantes del imperio no vería nunca la estatua original de Eutyches, pero podrían contemplar su imagen en las miles de estatuillas y ungüentarios que circulaban como souvenirs por todas partes. Algunas de las botellitas de vidrio para perfumes con su imagen acabarían como ofrendas a los dioses del hogar o como ofrendas en las tumbas.


Una serie de botellas de vidrio fueron hechas en Puteoli (actual Pozzuoli) entre finales del siglo III y principios del IV d.C., decoradas a mano con paisajes de Puteoli y Baiae (actual Baia), que eran importantes ciudades turísticas del Imperio. En el caso de Puteoli se representan su anfiteatro y templo entre otros edificios y de Baia destaca su ostraria (criaderos artificiales de ostras). Las imágenes se acompañan de etiquetas con los nombres de los edificios, que ayudarían a los que nunca las habían visitado a hacerse una idea de su apariencia.

“Ideó además un nuevo e inaudito tipo de espectáculo. Cubrió el espacio que quedaba entre Bayas y el dique de Pozzuoli, una distancia de casi tres mil seiscientos pasos, con un puente formado por navíos de carga, reunidos de todas partes y anclados en doble fila, que se cubrieron de tierra de forma que parecía la Via Apia. Durante dos días seguidos circuló por este puente, de arriba abajo: el primero de ellos, montado en un caballo ricamente enjaezado y ataviado con una corona de hojas de encina, un pequeño escudo de cuero, una espada y una clámide recamada de oro; y el segundo, vestido como un conductor de cuadriga, en un carro tirado por dos caballos famosos, precedido por el joven Darío, uno de los rehenes partos, y seguido por una tropa de pretorianos y por la muchedumbre de sus amigos, que marchaban en carruaje.” (Suetonio, Calígula, 19)


Con la implantación del cristianismo empezaron las peregrinaciones a los Santos Lugares y con ello, entre los siglos V y VII d.C., la aparición de un nuevo negocio entre los vidrieros de Siria y Palestina, la fabricación de unas botellitas de vidrio con motivos cristianos que servían a los peregrinos tanto como de recuerdo de sus viajes a Tierra Santa, como de recipiente para conservar el aceite sagrado que recogían de las lámparas de las tumbas de los mártires y que se repartía entre los visitantes. En algunos sitios, especialmente Siria, los relicarios de piedra que contenían los huesos de los márties se agujereaban para los pergrinos pudieran verter aceite en los restos de los mártires y recuperar el líquido tras estar en contacto con los huesos. En otros santuarios se recogía el agua de las fuentes en esos mismos recipientes. Los peregrinos volvían a sus casas con el aceite o el agua, que utilizaban como remedios para algunas dolencias o se depositaban en las tumbas para proteger las almas de los difuntos que esperaban la salvación.

“Según se adelanta la santa cruz para ser venerada, desde su cámara hasta el patio, a esa misma hora aparece una estrella en el cielo y se sitúa por encima del lugar donde la cruz reposa, y mientras se venera la cruz, permanece encima y se ofrece aceite para la bendición en botellitas. En el momento que la boca de la botellita toca la madera de la cruz el aceite empieza a burbujear y si no se cierra rápidamente se desborda y se sale.” (El Peregrino de Piacenza, v. 173)


Otro tipo de botellitas de vidrio representaban símbolos cristianos e imágenes de algunos santos que adquirieron cierta fama por sus peculiaridades, como Simeón el Estilita, el más famoso de los monjes que decidieron vivir y predicar encima de una columna. Los seguidores recogían tierra de los pies de la columna que posiblemente guardaran en dichos recipientes.


Los recipientes de vidrio comunes que se utilizaban para guardar y conservar líquidos y alimentos y que podían encontrarse en cualquier hogar romano podían acabar siendo empleados como urnas cinerarias, donde se recogían los restos de los difuntos tras la cremación. Para los fallecidos más acomodados se usarían urnas de vidrio hechas por encargo o vendidas en el mercado con el propósito de ser usadas como urnas cinerarias, las cuales se fabricaban con un vidrio más refinado y se introducían en un envase hecho de plomo u otro material que protegiese el material más frágil.

“Él, por su parte, procuraba también granjearse las simpatías de la gente haciendo cuanto podía por agradarla. Después de haber pronunciado ante la asamblea el elogio fúnebre de Tiberio vertiendo abundantes lágrimas y de haberle hecho unos funerales magníficos, se dirigió a toda prisa a Pandataria y a las Poncias para traer las cenizas de su madre y de su hermano; a pesar de que hacía muy mal tiempo, para que su piedad filial quedara más de manifiesto; se acercó a ellas con el máximo respeto y las guardó en unas urnas con sus propias manos.” (Suetonio, Calígula, 15)


Hacia el siglo III d.C. las incrustaciones en la joyería romana se habían hecho más importantes que sus engarces, y los romanos favorecían el uso de gemas y vidrio y expandieron la tradición helenística centrándose en los efectos visuales que pedacitos multicolores de ellas poseían. Los romanos usaron el vidrio en gran cantidad para imitar piedras preciosas tales como esmeraldas, sardónices, y amatistas, ya que el vidrio era mucho más fácil de trabajar y los vidrieros tenían control total sobre colores y diseños. Además era una alternativa barata a las costas gemas que los ciudadanos ricos admiraba. Las joyas hechas íntegramente de vidrio tuvieron una gran difusión en la sociedad romana y permitía a los romanos menos acomodados seguir las modas que la familia imperial y los aristócratas imponían.

“Scintila, no menos vanidosa, descolgó de su cuello un gran medallón de oro puro, y al cual llamaba Felicio, del cual sacó dos preciosos pendientes, y los ofreció a la consideración de Fortunata:
—Gracias a la magnificencia de mi marido, no hay quien los tenga mejores.
—¿Qué?, —dijo Habinas—. ¿No te has arruinado comprando esas chucherías de vidrio?”
(Petronio, Satiricón, 67, 10)





Bibliografía

Desarrollo histórico y formal de la escultura en vidrio, Mª Ángeles Villegas Broncano
El vidrio romano en los museos de Madrid, Eduardo Alonso Cereza
Un material antiguo, una nueva tecnología: Botella romana de vidrio soplado, María Ángeles Sánchez
Vidrios romanos en el museo Cerralbo, Luis Palop Fernández
Historia del vidrio, Antonio Sorroche Cruz y Asunción Dumont Botella
Acerca del poema a la fabricación del vidrio (XIII Heitsch) atribuido a Mesomedes Mauricio Fernandez Nuin
La fragilidad en el tiempo. El vidrio en la antigüedad. MARQ
Estudio iconográfico de los vidrios dorados de la Antigua Roma, Lucía Mireya Jiménez Benítez
Traditio Legis y otras representaciones iconográficas a través de objetos de vidrio y vidriados, Juan Carlos Olivera Delgado
El vidrio como materia escultorica: técnicas de fusión, termoformado, casting y pasta de vidrio, Estefanía Sanz Lobo
Pliny on Roman glassmaking, Ian Freestone
Glass of the Ancient Mediterranean, McClung Museum of Natural History & Culture, University of Tennessee
The Glass of the Greeks and Romans, D. B. Harden
Ancient Glass, Kurt T. Luckner
Leaf Beakers and Roman Mold-blown glass Production in the First Century a.C., Corning Museum of Glass
Ennion and the History of Ancient Glass, Christopher S. Lightfoot
Glass, Gold, and Gold-Glasses, David Whitehouse
Early Roman Faceted Glass, Andrew Oliver, Jr
The Boudican Uprising and the Glass Vessels from Cochester, Hilary E.M. Cool
Roman Dichroic Glass: Two Contemporary Descriptions?, David Whitehouse
Early Imperial Roman Glass at the University of Pennsylvania Museum; Stuart J. Fleming
How ancient Roman souvenirs made memories and meanings | Aeon Essays, Maggie Popkin
Reused from Banquet to Grave: Gold Glass, a “Popular” Medium in Late Antiquity?, Chiara Croci
Rock Crystal and the Nature of Artifice in Ancient Rome, Patrick R. Crowley
The Impact of Glassblowing on the Early-Roman Glass Industry, Jonathan David Prior







miércoles, 24 de enero de 2024

Felix Dies Natalis, el cumpleaños en la antigua Roma

Detalle de pintura de larario con genio ofreciendo un sacrificio. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles. Foto Samuel López

La sociedad romana de finales de la república celebraba dentro del ámbito privado los cumpleaños de los miembros de la familia y de los amigos con obsequios y banquetes. En cada celebración se realizaba el culto a la deidad personal de cada individuo con una ofrenda y votos de que la ofrenda se renovaría el año siguiente en caso de seguir contando con su protección. Existía la creencia de que cada persona tenía su propio espíritu divino que la acompañaba desde el momento de su nacimiento y la protegería durante toda su vida. Entre los romanos este guardián protector se llamaba genius y se le honraba principalmente con una libación de vino en el día del cumpleaños, además de ofrecer flores e incienso.

“El Genio es el dios bajo cuya tutela cada cual, según ha nacido, vive; él, bien porque cuida de que seamos engendrados, bien porque es engendrado a una con nosotros, bien, incluso, porque una vez engendrados nos levanta y nos guía como tutor, ciertamente se llama «Genio» a partir de «engendrar»….Al Genio, por tanto, principalmente a lo largo de toda la vida ofrecemos sacrificios cada año, aunque no sólo éste, sino que también existen además otros dioses en número considerable que apuntalan, cada cual en su propia porción, la vida de los hombres; a quien quiera conocerlos lo instruirán suficientemente los libros de los indigitamenta. Pero todos éstos hacen presente el efecto de sus poderes en cada hombre una única vez, razón por la cual no son requeridos con ritos anuales a lo largo de todo el espacio de la vida. El Genio, en cambio, hasta tal punto ha sido puesto a nuestro lado como observador asiduo, que ni siquiera un punto en el tiempo se aparta, sino que, desde el seno de nuestra madre, una vez acogidos, nos acompaña hasta el día extremo de la vida.” (Censorino, Sobre el día del nacimiento, 3)

Detalle de pintura del larario, thermopolium de Lucius Vetutius Placidus, Pompeya.
Foto Samuel López

El genius del pater familias era honrado en todas las casas, pero las mujeres podían hacer ofrendas a su Juno, que actuaba como el genio masculino.

“Juno natal, acepta los sagrados puñados de incienso, que te ofrece con tierna mano una joven diestra. Es toda tuya hoy, para ti se ha arreglado contentísima, para alzarse ante tu altar digna de verse.”
(Sulpicia, Elegias de Tibulo, III, 12)

Pintura de John William Waterhouse

Pasar por muchos cumpleaños era un motivo de orgullo y, por supuesto, de satisfacción porque era indicio de haber tenido una larga vida.

“Aquí estoy, en silencio, describiendo mi vida en verso. Gocé de una brillante reputación y de la mayor de las prosperidades. Yo, llamado Praecilio, natural de Cirta, fui un hábil banquero. Mi honradez fue maravillosa y siempre me atuve a la verdad; fui siempre educado con todos los hombres y ¿a qué afligido no socorrí? Siempre me mostré alegre y hospitalario con mis queridos amigos; mi vida sufrió un gran cambio con la muerte de la virtuosa Valeria. Durante todo el tiempo que me fue posible, disfruté de las mieles del sagrado matrimonio; celebré cien felices cumpleaños con virtud y felicidad; pero ha llegado el último día y el espíritu abandona mis agotados miembros. En vida me gané los títulos que estáis leyendo, pues la Fortuna así lo quiso. Nunca me abandonó. Seguidme de igual manera; ¡aquí os espero! Venid.” (CIL 87156, Constantina, Argelia)


Entre los romanos se daba la idea de que el cumpleaños de otros (familiares, amigos) podía tener tanta importancia como el de uno mismo o incluso más, expresando así los sentimientos que existían entre unos y otros.

“Si quieres creerme, Quinto Ovidio, porque te lo mereces, me gustan tus calendas natalicias de abril, como las mías de marzo. ¡Dichosos ambos días y fechas dignas de que yo las señale con piedrecillas más que buenas! El uno me dio la vida; el otro, un amigo. ¡Me dan más, Quinto, tus calendas! (Marcial, Epigramas, IX, 52)

Pintura de Alma-Tadema

Los familiares y amigos podían ser invitados a las celebraciones de cumpleaños incluso con invitación. Claudia Severa envió una invitación a la fiesta de su cumpleaños alrededor del año 100d.C. a Sulpicia Lepidina, esposa de Flavio Cerial, comandante de la Cohorte IX Batavorum milliaria en el castellum de Vindolanda.

“Claudia Severa envía saludos a su Lepidina.

Para el 11 de septiembre, hermana, el día que se celebra mi cumpleaños, te envío una cordial invitación para asegurarme de que vendrás con nosotros, para hacer más feliz el día con tu llegada, si vienes. Dale recuerdos a tu Cerial. Mi Elio y mi hijito te envían sus saludos.”
(Tablilla de Vindolanda, 291, Museo Británico)

Tablilla de Vindolanda, Museo Británico, Londres

Si un pariente o amigo no podía estar presente en la celebración de cumpleaños, se esperaba que honrara tal día de forma adecuada. Así lo desea el emperador Augusto con respecto a su nieto Cayo.

“Veintitrés de septiembre. Salud, mi querido Cayo, delicioso borriquito mío, a quien siempre echo de menos, ¡vive Dios!, cuando estás lejos de mí. Pero, especialmente en días como hoy, mis ojos buscan a mi querido Cayo, y espero que, dondequiera que hayas estado hoy, hayas celebrado contento y con buena salud mi sexagésimo cuarto cumpleaños. Porque, como ves, hemos pasado ya el año sexagésimo tercero, climaterio común de todos los ancianos. No obstante, ruego a los dioses que, todo el tiempo que me quede aún de vida, podamos disfrutarlo sanos y salvos en una república feliz, conduciéndonos como personas honradas y preparando mi sucesión”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, XV, 7, 3)

Moneda con el rostro de Cayo César

La importancia que se daba a que los familiares y personas bajo su dependencia celebrasen el cumpleaños de uno se hace patente con la gran cantidad de inscripciones halladas en las que se establece un legado con el objeto de posibilitar que otros celebren el cumpleaños del benefactor.

Una inscripción de Ferentinum en el Lacio detalla la fundación establecida por un tal A. Quintilio Prisco, que había alcanzado un alto cargo municipal.

“… que en su cumpleaños a perpetuidad los ciudadanos, habitantes y mujeres casadas que estén presentes reciban una libra de pastas y una medida de vino mulso, y que a los decuriones de los triclinios se les de además diez sestercios, así como a los niños de status decurional, y que al consejo de Augustales y a los que cenan con ellos se les reparta pastas, mulso y ocho sestercios, y en mi comedor se le dará a cada persona un sestercio más… Los representantes municipales deberían ofrecer sin distinción entre libres y esclavos treinta modios de nueces y seis urnas de vino, como conviene a los jóvenes que están creciendo.” (CIL X 5853 = ILS 6271)

Hipogeo de los Aurelios, Roma. Foto David Macchi (Romapedia)

El natalicio era un día para recordar a los difuntos, por lo que los familiares solían visitar sus tumbas y dejar algunas ofrendas. También se establecían legados para hacer repartos de comida o dinero en el cumpleaños del difunto con el objeto de ser recordado en dicho día.

En el siglo II Fabio Hermógenes de Ostia, caballero público y sacerdote del divino Adriano, recibió a su muerte un funeral público y una estatua ecuestre en el foro. Su padre, reconfortado por los honores concedidos a su hijo, donó 50.000 sestercios a la ciudad. De los intereses de este regalo se debería repartir una sportula anual en el cumpleaños del difunto delante de su estatua a los que estuvieran presentes.

“La orden de los decuriones reunida en el templo de Roma y Augusto decidió, en presencia de su padre, añadir la promesa de que el dinero se distribuiría en el cumpleaños de Hermógenes, el hijo, en el foro, delante de su estatua, a los presentes.” (CIL XIV, 353)

Foro de Arlés, Francia.
Ilustración de Jean-Claude Golvin

Cuando uno celebraba su propio cumpleaños seguía un ritual que parece repetirse en cuanto a honrar al genio propio. Pronunciar votos por la salud y por la prosperidad del hogar, adornar con flores la figura del genio o el altar, ofrecer incienso, granos de trigo, libaciones de vino y derramar perfumes parecen haber formado parte de dicho ritual.

“Pronunciemos palabras de fiesta: el dios del cumpleaños
se acerca al altar. Todos los presentes, hombres y mujeres,
guarden silencio. Quémese piadoso incienso en la lumbre, quémense
los perfumes que el blando árabe envía de su rico país.
El propio Genio acuda a contemplar sus honras; flexibles guirnaldas
le adornen su sagrada cabellera. Sus sienes rezumen gotas
de nardo puro y quede saciado de torta y embriagado de
vino. Concédate, Cornuto, todo lo que pidas. Ea, ¿por qué vacilas?
Él lo consiente: pídele.

Desearás, me imagino, el amor fiel de tu esposa. Creo que
los propios dioses lo han decretado ya. Lo preferirás a todos
los campos que por el mundo entero un fuerte labrador pueda
arar con buey robusto y a todas las perlas que se crían en las
Indias felices, por donde enrojece la ola del mar de Oriente.
Tus deseos se cumplen. Ojalá vuele Amor con sus alas resonantes
y a vuestro matrimonio traiga cadenas de oro; cadenas
que duren siempre, hasta que la lenta vejez marque arrugas
y encanezca los cabellos. Que llegue ésta, dios del cumpleaños,
otórgueles a los abuelos nietos y juegue ante tus pies un
tropel de niños.”
(Tibulo, Elegías, II, 2)

Genio y Lar, villa de Terzigno, Italia. Museo Británico, Londres

Cuando los parientes, amigos o clientes celebraban el cumpleaños de un familiar o patrón, si eran realmente piadosos, seguían los mismos ritos que al celebrar el suyo propio.

“El cumpleaños de mi esposa requiere el honor acostumbrado:
id, manos mías, a los piadosos ritos. Así, en otro
tiempo, el heroico hijo de Laertes celebraría con toda
probabilidad, en el extremo del mundo, el día festivo de su
esposa. Que mi lengua, olvidándose de mis desventuras,
guarde un respetuoso silencio, ella que, según creo, se
olvidó ya de pronunciar palabras de buen augurio. Debo
ponerme el vestido blanco, que me pongo una sola vez en
todo el año y cuyo color contrasta con mi destino; que
se levante un verde altar, construido de gramíneo césped,
y que una corona entretejida cubra el tibio hogar. Dame,
mancebo, el incienso que produce espesas llamas y el vino
que crepite al verterlo en el fuego sagrado.”
(Ovidio, Tristes, V, 5)

Detalle de la pintura del lararium, Casa de las paredes rojas, Pompeya

En la relación social entre patrones y clientes se puede ver la dependencia y gratitud de los últimos con respecto a los primeros y que se demuestra con la celebración del cumpleaños del patrón por parte de los que dependían de su generosidad. Así, el poeta Horacio celebra el aniversario de su patrón Mecenas, con una pequeña fiesta en la que se hace el sacrificio de un cordero. La oda está escrita en forma de invitación a una tal Filis, a la que confiesa que da más importancia al cumpleaños de su patrón que al suyo propio, con el objeto de que llegue a Mecenas la noticia de que su patrocinado le ha honrado en el día de su natalicio y de que este siga concediéndole su favor.

“Tengo un cántaro de vino albano lleno, de más de nueve
años; hay apio en mi huerto, Filis, para trenzar coronas y copiosa
hiedra, que te hace brillar cuando con ella te ciñes los cabellos.
La plata llena la casa de sonrisas y el ara, revestida de
verbenas castas, ansia que la sangre del cordero inmolado la
rocíe. No hay cosa en que la servidumbre no se afane: de aquí
para allá corren mezclados los mozos y las mozas; las llamas se
agitan volteando en su cresta el negro humo.

Mas, para que sepas a qué alegrías se te invita, has de celebrar
los idus que el mes de abril dividen, el que a la marina Venus
se consagra; fecha que con razón es para mí solemne y casi
más sagrada que mi propio natalicio, pues mi querido Mecenas
desde ese día cuenta los años que le van llegando.”
(Horacio, Odas, IV, 11)

Ilustración Sedeslav

De la importancia que se daba al día del cumpleaños hay muestra entre los políticos y generales que intentaban que acontecimientos importantes de su vida o carrera coincidiesen, como fue el caso de Pompeyo el Grande quien esperó siete meses para volver de su campaña en Oriente y poder celebrar su triunfo en el día de su cumpleaños.

“Con ocasión de su tercer triunfo, sobre los piratas y sobre los reyes y naciones de Asia y el Ponto que ya se han enumerado en el libro VII, siendo cónsules M. Piso y M. Messala, en el día anterior a las calendas de octubre, el aniversario de su nacimiento, mostró en público, con sus piezas, un tablero de juego, hecho de dos piedras preciosas…" (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 6)

Pintura El triunfo de Pompeyo, Gabriel Saint-Aubin

Hacer entrega de obsequios el día del natalicio era algo habitual, sobre todo, en el caso de que alguien tuviera algo que agradecer a otro, para lo que se elegía tal día para mostrar su aprecio con un regalo.

“¡Ea! Que la piadosa Roma sea consciente de las
calendas de octubre del elocuente Restituto;
felicitadle con todas vuestras lenguas y votos.
Celebramos su natalicio, ¡callad pleitos! Váyase
lejos el cirio del cliente esquilmado y las
inútiles tablillas de tres hojas y las pequeñas
servilletas que esperen a los festejos del gélido
diciembre. Que compitan en sus regalos los
más ricos: que el engreído tendero de Agripa
le lleve mantos compatriotas de Cadmo; que el
acusado de una noche de riñas y borrachera le
envíe al abogado túnicas especiales para la cena;
una joven difamada le ha ganado el pleito al
marido, que le traiga, pero ella en persona, unas
sardónicas auténticas; que el anciano admirador
de sus viejos antepasados le regale obras del
cincel de Fidias; que el cazador le lleve una
liebre, el colono un cabrito, el pescador sus
botines de los mares. Si cada uno envía lo que es
lo suyo, ¿qué piensas, Restituto, que ha de
enviarte un poeta?” (Marcial, Epigramas, X, 87)

Pintura de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Samuel López

Los regalos podían ser muy variados y tener un valor sentimental o ser objetos muy preciados o necesarios. Los poetas enviaban sus poemas y, generalmente los obsequios podían ser objetos cotidianos.

"Esta recientemente pulida pluma de plata con forma de lanza, Proclo, dividida en dos puntas fáciles de separar y que se desliza veloz sobre el papel, te la envía Crinágoras en el día de tu cumpleaños, 
un regalo pequeño, pero de un gran corazón, para que sea compañera de fatigas de tus nuevos trabajos." (Antología Palatina, 312)

Stilus romano de plata

Las celebraciones de los natalicios podían ir desde una simple ofrenda al genio del pater familias hasta una fastuosa recepción con invitados y grandes gastos en viandas, vinos y mobiliario lujoso. Aunque lo más normal sería una celebración privada con algunos invitados y moderación en el gasto.

“Cuatro días antes de que la primera aurora del tórrido mes de agosto traiga al mundo su cabeza llena de espigas, se celebrará en mi casa un décimo sexto cumpleaños que exige ser feliz gracias a tu presencia. No se te presentarán las viandas en mesas adornadas de pedrería ni la púrpura de Asiría cubrirá tu sigma. Tampoco desenfundaré piezas de una plata ennegrecida sacándolas a través de múltiples cajones de un aparador resplandeciente; ni se te presentará aquí una copa cuyos lados cincelados estén recogidos por un retorcido fuste de oro rojizo. Mi vajilla es mediocre y no ha sido elaborada de manera que un grado sumo de arte pueda suplir la pobreza de la materia. La mesa rústica de tu amigo galo no acogerá los panes que suelen dorarse en la Sirte líbica. Mis vinos no son de Gaza, de Quío o de Falemo y no te daré a beber productos de la viña de Sarepta. Aquí no tengo los líquidos que ha hecho famosos el nombre que un triunviro en persona puso a una villa en nuestros campos. Te pido sin embargo que vengas; todo lo proveerá Cristo, que me ha proporcionado aquí una patria gracias a tu afecto.” (Sidonio Apolinar, Poemas 17)

Ilustración villa romana de Lullingston, Gran Bretaña

Como es la costumbre actualmente, se esperaba que la celebración del cumpleaños reuniese a los familiares más cercanos y se lamentaba que estos no pudieran estar presentes en la ocasión.

“Es verdad que el hombre no puede obtener a un tiempo por medio de la suerte todo lo que desea. ¡Cuánto más espléndidamente hubiera pasado el día de mi cumpleaños si hubierais estado presentes! Por lo menos en lo que respecta al futuro, la Suerte realizará mis deseos en una larga sucesión de años.” (Símaco, Epístolas, VI, 67)

Con el paso del tiempo parece que las celebraciones privadas de los cumpleaños perdieron su carácter piadoso de honrar al genio y los dioses y se convirtió en una mera celebración festiva.

“Si uno celebra su cumpleaños, prepara adecuadamente una cena y una comida invitando a sus amigos a una lujosa mesa; en cambio, en su fiesta anual nadie trajo al dios aceite para su lámpara, ni una víctima, ni incienso. Yo, desde luego, no sé cómo podría aceptar ver este comportamiento vuestro un hombre de bien, pero yo al menos pienso que no les agrada a los dioses.” (Juliano, Discurso de Antioquía, 363b)

Pintura de Roberto Bompiani

Los romanos de la antigüedad no solo celebraban los natalicios del ámbito privado, sino también los que surgían del ámbito público, como eran los aniversarios de las fundaciones de cultos, templos o ciudades.

“Hay, pues, que evitar todos los espectáculos, no sólo para que no anide ningún vicio en nuestros corazones, los cuales deben ser tranquilos y pacíficos, sino también para que las costumbres pecaminosas de otros no nos debiliten, ni nos aparten de Dios y de las buenas costumbres. y es que las celebraciones de los juegos coinciden con las fiestas de los dioses, ya que se establecieron con motivo de sus cumpleaños o de la dedicatoria de nuevos templos. En principio, las cacerías, llamadas ofrendas, están destinadas a Saturno; los juegos escénicos, a Líber; y los circenses, a Neptuno. De todas formas, este mismo honor empezó a ser dado poco a poco a los demás dioses y cada uno de los juegos fue consagrado en honor de ellos, tal como enseña Sinnio Capitón en su libro Sobre los espectáculos. Así pues, si alguien asiste a unos espectáculos que se celebran por motivos religiosos, se aparta del culto de Dios y se acerca a los dioses, al celebrar su nacimiento y festividad.” (Lactancio, Instituciones Divinas, VI, 20, 33)

Genio de Domiciano, Museos Capitolinos, Roma.
Foto Marie Lan Nguyen


En el año 121 d.C. bajo el gobierno de Adriano se instituyó el día del aniversario de la fundación de Roma (Natalis Urbis), que se hizo coincidir con el antiguo festival agrícola conocido como Parilia, y que celebró a partir de entonces con carreras de carros en el circo.

“Pues bien, justo cuando se estaban comentando muchas cosas de este estilo, se dejó oír por toda la ciudad un estruendo de flautas, sonido de timbales y estrépito de tambores, surgidos junto con un canto. Resultó que se celebraba el festival de las antaño llamadas Parilias, y actualmente Romalias, desde que fue erigido un templo en honor a la Fortuna de la ciudad por obra del óptimo y cultísimo emperador Adriano. Ese día lo celebran cada año como una fecha señalada todos los habitantes de Roma, así como los extranjeros establecidos en la ciudad.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, VIII, 361F)

Moneda de Adriano conmemorando la fundación de Roma. Museo Británico, Londres

Además de todas estas celebraciones, desde los tiempos del Principado, los romanos celebraban anualmente los cumpleaños de las emperadores actuales y anteriores y de los miembros de la familia imperial, e, incluso los aniversarios de los días que subieron al trono.

“Día aniversario del nacimiento de César más
sagrado que aquél en que Ida sabedora vio nacer a
Júpiter Dicteo, ven, te ruego, muchas veces, tantas
que superes la vida del pilio, presentándote
siempre con este aspecto, y si es posible más
brillante todavía. Pueda éste honrar frecuentemente
a la diosa del lago Tritón, con las hojas de oro de
Alba, y que por estas manos tan poderosas pasen
muchas coronas de encina. Celebre nuestro
emperador el retorno de los tiempos en un lustro
inmenso y las ceremonias del Tarento de
Rómulo. Muy grande es lo que pedimos, dioses
inmortales, pero debido a nuestra tierra: ¿qué
optaciones pueden ser excesivas en favor de un
dios tan grande?" 
(Marcial, Epigramas, IV, 1)

Desde que Augusto llegó al poder, fue consciente de la necesidad de otorgar un carácter público a su natalicio e implicar a toda la sociedad en su celebración. Para resaltar la importancia de ese día y regular su celebración permitió que los juegos circenses que se hacían por su cumpleaños entrasen en el calendario oficial como un festival permanente.

“El populacho, sin embargo, encontrando fácil escapar a la detección en las carreras y sintiéndose envalentonado por su número, elevó un gran griterío en las carreras con ocasión del cumpleaños de Diadumeniano, que caía el catorce de septiembre.” (Dion Casio, Historia Romana, LXXVIII, 20)

Pintura de Ettore Forti

En línea con la tradición de ofrecer al propio genio vino sin mezclar, flores e incienso, en un decreto del año 30 a.C. se sugería que todos los romanos deberían hacer una libación por el genio de Augusto en cada banquete público y privado. Sin embargo, con el desarrollo del culto imperial este ritual resultaba demasiado simple para un emperador que aspiraba a la divinidad, con lo que en muchas asociaciones religiosas y el ejército se empezó a sacrificar animales.

Escena de sacrificio, Templo de Vespasiano, Pompeya

En el documento hallado en la ciudad siria de Dura-Europos, se evidencia parte de lo que pudo ser un calendario con diferentes festividades que debían ser festejadas y que estaban relacionadas con la familia imperial, especialmente de la dinastía reinante en ese momento, la de los Severos. Otras fiestas guardaban relación con la religión tradicional romana o con festividades militares.

La estructura del documento se presenta en listas en las que primero se menciona una fecha, luego el motivo de la celebración, a continuación, los dioses que debían ser honrados y finalmente el ritual que debía realizarse.

“El día antes de las nonas de abril (4 de abril), con motivo del natalicio del divino Antonino Magno (Caracalla), al divino Antonino, un buey.” (Feriale Duranum)

Pintura con sacrificio de Julio Terencio, Dura-Europos, Siria

Los sacrificios, festejos y competiciones que se llevaban a cabo por el natalicio del emperador permitían reflejar la lealtad de los súbditos al emperador, además de que la intervención de ciertas autoridades civiles y religiosas en las ceremonias realizadas en las provincias jugaba un papel fundamental a la hora de cimentar las relaciones con la ciudad de Roma. En el año 9 a.C. se inauguró una nueva era en el calendario local de las ciudades de Asia menor, empezando en el cumpleaños de Augusto en el 23 de septiembre. La razón para esta reforma fue que el dies natalis del princeps, que era alabado como salvador y otorgador de paz y orden, marcó el principio de una nueva vida para todo el mundo. El dies natalis (nacimiento) y el dies imperii (día de ascensión al trono) del príncipe como parte integral del culto imperial tenían todos los elementos rituales necesarios, sacrificios, fiestas públicas, juegos, panegíricos, observancia de vacaciones, iguales a los de los festivales dedicados a los dioses. Como se creía que la prosperidad y seguridad del imperio dependía de la correcta realización de las ceremonias tradicionales, los cumpleaños imperiales se siguieron celebrando con gran fervor hasta finales del Imperio.

“En cambio, bajo el gobierno de Severo, una vez que Pertinax recibió la aprobación del pleno del senado, se organizó en su honor un funeral sin la presencia del difunto y similar al que se concede a los censores, y Severo le honró pronunciando su elogio fúnebre. Por su parte, el propio Severo aceptó del senado el nombre de Pértinax por amor a un buen príncipe. El hijo de Pértinax fue nombrado flamen de su padre. Los cofrades Marcianos que estaban encargados del culto de Marco Aurelio fueron llamados Helvianos, en honor de Helvio Pértinax. Se celebraron además unos juegos circenses festejando también el aniversario del día que asumió el poder, festejos que suprimió más tarde Severo, y otros juegos para celebrar el aniversario de su nacimiento, que aún subsisten.” (Historia Augusta, Pertinax, 15, 5)

Aureus del emperador Pertinax


Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del estado algunas cosas cambiaron se prohibieron los sacrificios con sangre y a partir del año 323 d.C. los cristianos estuvieron exentos de participar en los actos de celebración del cumpleaños del emperador. Sin embargo, los juegos y espectáculos teatrales en honor del natalicio del emperador (ludi circenses ob natales imperatorum) siguieron representándose hasta el final de la antigüedad, ya que eran los acontecimientos favoritos para todos los ciudadanos independientemente de su fe y su capacidad de reunir a la gente alrededor de la figura del emperador era vital para la vida pública de finales del Imperio.


“De los Emperadores Valentiniano, Teodosio y Arcadio Augustos a Albinus, prefecto de la ciudad

Es necesario que nuestros aniversarios reciban igual reverencia, es decir, tanto el día que produjo el auspicioso comienzo de nuestra vida como el día que produjo el inicio de nuestro poder imperial.” (7 de agosto de 389, Código Teodosiano, II, 8, 19)

“Los emperadores León y Antemio a Armasius, prefecto del pretorio

No permitimos que nadie que esté ocioso durante este día sagrado (domingo) se dedique a placeres obscenos; y nadie podrá asistir a exhibiciones teatrales, carreras de carros o espectáculos de fieras salvajes, y cuando nuestro cumpleaños caiga en domingo, se pospondrá su celebración.” (Constantinopla, 469, Código de Justiniano, III, 12,10)

Díptico del cónsul Aerobindo,
Museo de Cluny, París


El natalicio es un tema que aparece en la poesía lírica romana de finales de la república y principios del imperio. Propercio lo emplea como momento en torno al cual se puede desarrollar la relación amorosa con su amada.

“Me preguntaba por qué las Musas me habrían visitado de mañana
de pie frente a mi lecho cuando el sol enrojecía.
Me dieron la señal de que era el cumpleaños de mi amada
y por tres veces aplaudieron con sonidos favorables.
…………………………………………………………………………………………………..
Luego, cuando hayas purificado con incienso los altares adornados
y llamas favorables hayan brillado en toda la casa,
prepárese la mesa, transcurra la noche entre copas
y un ónice de mirra perfume el olfato del olor del azafrán.
Ríndase la ronca flauta a las danzas nocturnas
y que no se ponga freno a tus palabras licenciosas.
La dulzura del banquete nos prive del sueño molesto 
y resuene el aire cercano de la vía pública.
Echemos a suertes tirando los dados para averiguar
a quién castiga más con sus alas aquel niño.
Cuando las horas hayan pasado entre multitud de copas
y Venus asista para iniciar los ritos de la noche, 
cumplamos en nuestro tálamo o sus fiestas anuales
y acabemos así el día de tu cumpleaños.”
(Propercio, Elegías, III, 10)

Pintura de John William Waterhouse

Por otra parte, el día del cumpleaños podía tornarse un tema doloroso, como en el caso del poeta Ovidio que se lamenta de que el que debía ser un día de alegre celebración se convierta en un triste momento al estar en el destierro y no poder disfrutarlo como le hubiera gustado.

“He aquí que en vano (pues ¿de qué me ha servido el
haber nacido?) se acerca la fecha de mi cumpleaños. Cruel,
¿por qué venías a añadirte a los desgraciados años de un
exiliado? Deberías haberles puesto término.
Ni mi situación, ni mis circunstancias son tales como
para que pueda alegrarme de tu llegada. Lo que me conviene
es un altar funerario ceñido por fúnebre ciprés y la
llama preparada para piras ya levantadas. Ni me agrada
ofrecer incienso que en nada aplaca a los dioses, ni en medio
de tantas desgracias se me ocurren palabras agradables.
Con todo, si algo he de pedir en este día, te ruego que
no vuelvas nunca más a estos lugares, mientras me retenga
la región casi más remota de la tierra, el Ponto, mal llamado Euxino.”
(Ovidio, Tristes, III, 13)

Ovidio en el exilio. Pintura de Ion Theodorescu-Sion



Bibliografía

Birthday Rituals: Friends and Patrons in Roman Poetry and Cult, Kathryn Argetsinger
The Birthday Present: Censorinus’ De die natali, Anna Bonnell Freidin
Remembering Anniversaries at Roman Ostia: The dies natalis of Antinous, Hero and Divine Being, Christer Bruun
a. d. VIIII Kalendas Octobres, dies natalis Augusti. Some Considerations on the Astronomical Orientation of Roman Cologne and the Imperial Cult, David Espinosa Espinosa y A. César González García
Martial's Kalendae Nataliciae, Hans Lucas
El culto a los emperadores en el ejército romano: el caso del Feriale Duranum, Fernando Lozano Gómez
Mito y religión en el de die Natali de Censorino, María del Carmen Hoces Sánchez
El dies imperii: la “revolución” de Tito Flavio Vespasiano, Giuditta Cavalletti
Imperial Birthday Rituals in Late Antiquity, Maria Kantirea. Court Ceremonies and Rituals of Power in Byzantium and the Medieval Mediterranean, Brill